lunes, 24 de octubre de 2011

Uno


Nueva ciudad, nueva casa, nuevos amigos. Nueva vida. Sinceramente este cambio era una de las peores cosas que me habían pasado en la vida. Pero mamá había conseguido trabajo en la empresa automotriz más importante del mundo; Ford. Amalia, mi madre, era diseñadora automotriz, un empleo fascinante para mí, cuando traía sus bocetos o me pedía consejos de cómo creía yo, al auto perfecto. Pero cuando me enteré que su nuevo empleo quedaba al otro lado del país, fue espantoso.
Había dejado la amada ciudad de Las Vegas, por esto. Donde el sexo, drogas, juego y alcohol rondaban por cada lado del lugar. Sinceramente las luces, los lugareños, los turistas, apostadores y demás era algo que me encantaba, no es que crea que las adicciones sean buenas ni nada por el estilo. Pero amaba los casinos, hasta había conseguido trabajo en uno, con tan solo dieciséis años. Sé que soy menor de edad, pero cuando tu mejor amigo es el hijo del dueño del establecimiento, todo puede pasar.
Ganaba trecientos dólares por cada fin de semana, y cuando iba a arreglar las mesas de juego, después de la escuela, me daban cien dólares. Esa era mi única entrada de dinero.
Estaba triste por haber dejado a mis amigos. Alexander Urich, era el que me había conseguido el trabajo en el casino: As. Alex era una persona increíble, mi mejor amigo desde que tengo cuatro años, cuando nos conocimos en el jardín de niños. Él es ese ser, que siento que haga lo que haga, jamás me va a juzgar, y que va a entender, comprender y apoyar cualquier decisión que yo tome. Posee el cabello amarillo, cortado muy moderno y varonil, tiene unas facciones muy marcadas, sus ojos son grises, y unas cejas no muy pobladas. Su nariz es recta acompañada con unos pómulos algo sobresalientes. Su físico es, ¿cómo decirlo? ¿Su vida? ese chico vive en el gimnasio. No pasa un día en el que no valla, y hace de todo para conservar esa figura tan impresionante que tiene. En la escuela, es el chico más deseado de todos. Después de él, mi otra y única mejor amiga, Amy Fleming, ella era la chica más introvertida y dulce del mundo. Amy nunca hablaba con nadie, a excepción de Alex y yo, ella siempre estaba para mí, para todas mis locuras y absolutamente para cualquier cosa que yo quiera hacer. Poseía la piel cafe, con un cabello pelirojo, casi naranja, cayéndole en cascada en capas, y los ojos verdes, siempre delineados de negro. Sus dientes, blancos como la nievel. Una nariz respingada y unas pestañas extremadamente largas, y arriba de estas, unas cejas gruesas. Su cuerpo era menudo, y muy delgado. 
Y ahora, yéndome de Nevada, perdí a mis dos mejores amigos, para siempre. Y no solo los perdí a ellos, si no que también dejé a mi padre. Aunque con él no tenga una conversación que dure más de cinco minutos, los momentos que pasamos juntos son sensacionales. Compartimos muchos intereses, tanto culturales como en el arte y la música. Alejandro, así se llama. Es descendiente de mejicanos, y el nombre se lo eligió mi abuela, la que no veo hace muchos años debido a que vive en Puebla, Mejico.
Pero ahora, con mi nostalgia y melancolía, me encontraba en el asiento trasero de un Alfa Romeo, color plateado, y a mi lado, mi pequeño hermano de tan solo siete años, Román, durmiendo como un tronco. Sus facciones eran de un pequeño ángel, eso sí, si se despierta se convierte en el mismísimo Satán. Su cabello es castaño oscuro, al igual que sus ojos, para su edad es demasiado alto y grandote. Toda la familia dice que tiene que ser jugador de football americano. 
Mi madre había parado a descansar hace tres horas en Sioux City. Estaba cansada de viajar, me dolían todos los huesos y articulaciones. 
Después de estar escuchando música un rato, pude divisar a los lejos, como se empezaban a observar edificios. 
—Romance, llegamos a Chicago. —Musitó mi madre, con una alegría palpable en la voz.
Yo me quedé callada, porque tiendo a ser... Grosera cuando hablo de algo que no me gusta, y sólo me pasa con ella. No quería arruinar esa felicidad que tenía, con algún comentario mio
Pasó como media hora, y pude ver la hermosa ciudad frente a mis ojos, debo admitirlo, era muy preciosa, con una arquitectura modera y glamorosa, pero nada que ver, con el amor que siento por Las Vegas. Mi madre estacionó frente a un edificio, y era muy distinto a todos los demás dado que estaba diseñado como eran las casas coloniales españolas.
Bajamos del auto, y desperté a Román. Él se quejó, como siempre, pero al saber que habíamos llegado a nuestro destino, decidió salir. Sacamos nuestras maletas, y con ayuda de un muchacho del edificio, llegamos a nuestro piso.
La “casa” era muy moderna. Al entrar había un hall con un perchero, un bote para paraguas, una mesita pequeña y un armario diminuto. Las paredes eran de color blanco y los pisos de madera. Al llegar al living, se podía ver una televisión de plasma, colgada, frente a un sofá de color negro, y dos sillones pequeños a los costados. En una de las arcadas de living, daba a la cocina, esta estaba muy bien equipada y era muy lujosa. Lo más importante era mi cuarto, había tres. El mío era el del lado oeste, y el otro era de Román, atrás de ese, el de Amalia.
Ingresé a mi cuarto y las cosas ya estaban como antes, nada más que era muchísimo más espacioso que mi cuarto anterior. 

Un cama de dos plazas, cubierto de una colcha roja, con almohadones de corazón, era lo primero que me llamó la atención, y lo que hice, fue arrojarme a la cama. Desde allí vi mi escritorio, con una lámpara y la computadora, el ropero contra la pared donde estaba la puerta, y frente a la cama, la televisión.
Estaba muy feliz con mi cuarto, pero esto no iba a cambiar, mi tristeza por la mudanza.
— ¡Chicos, vengan! —Gritó mi madre, y yo muy a mi pesar, me levanté de la cama.
— ¿Qué pasa? —Pregunté de muy mala gana.
—Ro, tranquilizate. —Me dijo mi hermano, con burla.
—Cállate, niño.
—Bueno, basta. Les quería dar esto. —Musitó mi madre, dándonos a Román y a mí, una bolsa. Yo la abrí pensando que me encontria con algún regalo, para “compensar” esta tortura, pero no.
— ¿Les gusta? —Indagó mi madre, expectante.
¿Tenía que ser sincera? Dentro de la maldita bolsa, había un uniforme de escuela, eso quería decir que era privada. El uniforme era una pollera escocesa azul, una camisa, una campera de color bordó y una azul, medias blancas y zapatos negros (con tacón por suerte).  ¡Que ridículo!

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