miércoles, 26 de octubre de 2011

Ocho

Gracias a dios, todos los santos, las vírgenes, Parfait no estaba en la escalera. Así que, más calmada, fuí hasta el aula 406. Abrí la puerta del aula y ahí adentro había más de treinta alumnos clavando sus ojos, sobre mi. Sin contar los ojos azules, de mi profesora. 
— ¿Sabe que hora es señorita? —Preguntó la profesora, acercándose a mi.
—Si profesora, lo lamente enserio—le pedí disculpas—. Es que soy nueva, y es demasiado grande esta escuela, y me perdí. 
—De acuerdo alumna, puede tomar asiento. —me dijo la profesora sonriendo. 
Me senté en el último banco a la izquierda, del lado de la pared. Ese lugar me encantaba, ya que todo el mundo es muy chismoso, para mirarme de mala gana se tenían que dar vuelta, y encontrarse con mi mirada. Pero supongo que nadie quiere encontrarse con la mirada del otro cuando lo esta mirando, a excepción de el por supuesto. Cuando miré para la izquierda, en el banco de la otra punta, o sea, el último del lado derecho, estaba Parfait. El al verme me miró de una manera algo extraña, lo único que hizo, fue juntar sus útiles y libros y esperar hasta que la profesora se de vuelta, para correr y sentarse alado mio.
— ¿Cómo hiciste eso? —dije pero él lo que hizo fue correr la silla y sentarse al lado mio
— ¿Y tú como hiciste eso? —preguntó y yo no entendía.
— ¿De qué hablas? —le dije, todo en susurro.
—Si, ¿cómo haces para ser dulce y divina y al otro instante ser maleducada y odiosa?
— ¿Perdón? —dije algo molesta por como me había hablado.
—Si, no te hagas la tonta, sabes perfectamente a de que hablo 
—No, sinceramente no lo sé. —le contesté, aunque creo que hablaba de lo de recién en las escaleras.
—De acuerdo, te refresco la memoria—dijo muy molesto—. Primero sos amable y dulce conmigo en la clase de psicología y después de haber estado con Hill, me tratas horrible.
— ¿Conoces a Chris? —le pregunté,
—Por desgracia si, y sé que no es buena compañía.
— ¿Y tú si? —pregunté molesta. —Aunque sea, cuando estuve con Christopher, a mi nadie me amenazó. —Cuando dije eso se giró mirándome fijamente, yo por dentro me quería morir. No tenía que haber abierto mi gran boca.
— ¿Quién te amenazó? —preguntó con enojo
—Nadie, deja todo ahí. —le pedí, tratando de prestarle atención a la profesora.
—No, claro que no dejo nada ahí, dime de que hablas.
—Parfait... —me interrumpió.
—Cuéntame o armo un escándalo aquí mismo preguntando quién te amenazó— me dijo clavando sus ojos verdes en los mios—. Soy capaz de hacerlo. —dijo y en ese momento se puso de pie.
Con mi mano derecha lo tiré, haciéndolo sentarse denuevo.
—Tu hermano, el morocho.—le dije en un susurro.
— ¿Lander? —
—Cómo sea, me da lo mismo.
—Dime que te dijo.—.
—Nada importante, Parfait... —me interrumpió
—Por favor, dime que te dijo. —cuando dijo eso, me miró a los ojos de una manera tan etraña que todo lo que pude sentir era paz, fue algo muy extraño, que jamás en la vida me pasó. Pero era así como me sentía.
—Ustedes dos discutieron, y yo escuché parte de la conversación—se le notó el nerviosismo que tuvo cuando le dije eso—. Y cuando me vió salir de detrás de los casilleros, me preguntó enojado si había escuchado, y obviamente, le dije que no.
—De acuerdo, yo hablaré con él—Dijo—. Ahora dime que escuchaste.
—Solo gritos, y algunas palabras sin sentido, sinceramente no entendí absolutamente nada de lo que dijeron. 
—Bueno. 
Después de decir eso, en la hora y media que quedó de clase no volvió a decir nada mas. Vi que se encontraba muy pensativo, pero no en la clase. De vez en cuando, podía sentir su mirada sobre mi. Pero trataba de no darle importancia, ya que si hablaba, este iba a volver a sacar el tema de su hermano.
Sonó el timbre del recreo. El sonido más hermoso para un alumno. Después de que el timbre sonara fuí al aula de arte, ya que a partir de las seis de la tarde, la profesora Castañeda, estaba en el aula. Así que apurada, sin dejar pasar a nadie primero por la puerta, salí yo. Tenía tres motivos: el primero: no quería hablar con Parfait. Sabía que si le "chau", algo iba a decirme y no tenía ganas. El segundo: tengo que ir a buscar a mi hermano, que sale diez minutos después que yo, para irnos a casa juntos. Tercero: tengo que hablar con la profesora y preguntarle si me puede dar clases extracurriculares. 
Llegue al aula de arte y lo encontré con muy pocas personas. 
—Buenas tardes, soy Valentina Castañeda, ¿usted, es? 
—Un placer conocerla, soy Romance Romero, y quería averiguar sobre la manteria.
—Ay que alegría una nueva alumna, es una tragedia saber que los adolescentes no se preocupan ni les interesa el arte—dijo la mujer—. Las clases son tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes, después de que terminen las clases, dos horas. Eso si, cuando tengamos que hacer la escenografía para las obras de teatro o alguna exposición de arte, vamos a juntarnos los sábados a la tarde, y los sacaré de clase.
Todos parecíamos felices, ya que los cinco que estábamos ahí, incluyéndome a mi, amábamos el arte.
—Hoy por supuesto no empiezan las clases—dijo la profesora, agarrando unos papeles de su escritorio—. Pero el miércoles, los que de verdad quieran estar en el curso, tienen que traer esto completo, firmados por sus padres y por ustedes.—Nos dió unos papeles.
Todos se fueron y yo saludé a la profesora, quien me dió un beso en la mejilla muy feliz, diciendo que este año íbamos a ser más que el año pasado. Todo por mi llegada y la de otro chico más, que en este momento no se encontraba allí.

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