martes, 25 de octubre de 2011

Cuatro

—Señorita Romance, veo que usted está muy avanzada para esta clase. — Dijo la profesora de español
—No, claro que no profesora. —Respondí, tratando de que no me cambiara de clase.
—Habla perfecto, y utiliza palabras muy complejas. —Mientras nosotras dos hablábamos, todos los estudiantes se daban vuelta y nos miraban.
—Lo que pasa es que mi padre es descendiente de mexicanos, y me ah hablado desde que nací en Español, es solo eso. —Ella asintió y se fue a sentar a su escritorio.
En toda la clase, sentí esa sensación que alguien me estaba mirando, traté de no darle importancia, ya que era la “nueva” y todo el mundo me estaba mirando. Pero era un sentimiento extraño, dado que era una mirada en especial la que estaba clavada en mí. Quise darme vuelta más de ochenta veces en toda la clase, pero fui fuerte, para no parecer una tarada.
El timbre sonó, y todos los alumnos salimos al primer recreo. Fuí, ya que no tenía con quien estar, a sentarme a unos bancos de afuera. En ese momento, sentí nostalgia y melancolía. Ya que era así como pasábamos Amy, Alex y yo el primer recreo de clases, juntos a fuera de la escuela. Y no tenerlos se me estaba haciendo más que difícil.
Otra vez, volvió esa sensación de ser observada. Y para ser sincera me estaba molestando, juro que si la cordura se me fuera gritaría. Pero gracias a dios, seguía presente en todo mi cuerpo, porque si yo hago eso, no solo me cambio de escuela, si no de país.
Todo el recreo me la pasé exclusivamente sola. La verdad la soledad es una sensación horrible, ahora comprendo por qué la gente que se siente así se suicida, pero claro, mi soledad no era tan grande para llegar a eso. Quisiera preguntar algo ¿Alguna vez vieron ese reality donde unas cuantas personas viven encerrados en una casa y los filman las veinticuatro horas del día? Bueno, yo me sentía así. Sentía que desde que llegué a la escuela, una cámara se había encendido solo para grabar cada detalle de mi patética y solitaria vida.
Tocó el timbre y fuí a mi clase de matemática, esta materia la tenía dos horas hoy. Esto iba a ser una tortura. Para ser sincera, odio matemáticas, juro que me confundo hasta en las tablas y en las divisiones más fáciles. Es una verguenza lo sé, pero detesto esta materia. Entré al salón y sentada derás del escritorio se hallaba la profesora:
—Claudia Perticaro, soy la profesora de matemática. —Se presentó frente a nosotros. —Este año vamos a ver lo mismo que el año pasado y los anteriores. La mujer de unos cuarenta años, mientras hablaba caminaba por el salón. Sin ofender pero... ¿no iba a crecer más? Debía medir un metro cuarenta y algo. Sus ojos sobresalían de su cara redonda, de color chocolate. Tenía unos bucles marrones que le llegaban hasta por debajo de los hombros. Estaba vestida de traje. Y ella hablaba, y hablaba. Así, nos tuvo las dos horas. Contándonos a todos los estudiantes lo que quiere hacer en la materia, la forma en la que evalúa, la forma en la que quiere los trabajos prácticos, y como nos comportamos en clase. Sonó el timbre del segundo recreo. Fuí al patio, sola como siempre.

Esa sensación espantosa volvió a mi, y esta vez supe lo que en verdad estaba pensando. No era una simple sensación de persecución, no es que ayer a la noche me había quedado mirando programas policiales, o leyendo algún libro sobre eso. Un muchacho, de un metro setenta, estaba apoyado contra la columna del patio de la escuela. Estaba vestido con el uniforme.  Su mirada era verde y profunda. Su cabello era castaño cortado muy varoníl pero a la vez, nada modernoso. Este me miraba fijamente, y continuaba en la misma posición aunque yo haya clavado la vista en él. El muchacho de unos diciséis o dicisiete años, continuaba miráandome, pero de un momento a otro, dos hombres aparecieron junto a una chica de mi misma edad o más, y se lo llevaron. Sin que yo supiera porque me miraba de esa forma.
Que gente extraña, pensé. Desde cuando una persona mantiene la mirada fija en uno, cuando la otra persona lo ve, es una falta de respeto, acá o en cualquier lado. No darle importancia aquello y fuí hacia el buffet de la escuela. Me compré un Coca-Cola y un sandwich. Me senté en el patio de la escuela, en una mesa muy alejada de todos y en ese momento, volví a encontrarme con el perfecto muchacho que me mirabat. El chico me miraba serio, como si esperara a que yo me acerqué o algo por el estilo. Pero de un momento a otro mi celular comenzó a sonar sacándome de mis pensamientos.
— ¿Qué quieres? —Dije de mala gana, y pude ver al chico misterioso con una media sonrisa.
— ¿Así tratas a tu amiga que te extraña tanto y está preocupada por ti?
— ¡Ay Amy! Mi amor, no sabes lo que te extraño
—Yo también Ro, ¿pero por qué tan mal humor? —Dijo pensando en como le respondí el teléfono.
—Es que no hablo con nadie, estoy más sola que un perro y encima tengo a un chico enfrente mío y me mira desde hace horas. Desde que empezaron las clases.
— ¡Gusta de ti, tonta! —Dijo emocionada.
—Claro que no, si gustara de mi, habría venido a hablarme. —Dije mirándolo de reojo, y el seguía con su mirada clavada en la mía. —Además me mira fijo y cuando lo miro yo también no se siente avergonzado ni nada por el estilo, todo lo contrario. Sigue mirándome.
—Como digas, para mi gusta de ti. ¡Ay Romance ya estas rompiendo corazones!
—Claro que no, él jamás se fijaría en mí.
— ¿Por qué? —
—No es la clase de chicos que se fija en mí. —Dije mirándolo disimuladamente.
— ¿A qué te refieres? —Preguntó sin comprender.
—Es precioso de donde lo mires, es el típico novio de la capitana de las porristas. No lo puedes saber hasta que no lo veas.
—Digamos bulgarmente ¡Se parte! —Dijo y yo reí
—Digamos, que bulgarmente, si.

—Lo sabía, pero el se puede fijar en ti. Eres hermosa.
—Lo dices porque eres mi amiga, pero la gente no me ve así y menos él.
— ¿Estas reconociendo que te gusta?—
—Claro que no, sólo dije que es lindo. Nada más.
—Si claro...
En ese momentó tocó el timbre y todos los alumnos comenzaron a irse.
—Amy me tengo que ir, te quiero amiga
—Yo también y ve a estudiar mucho y a conquistar a tu príncipe.
— ¡Ay cállate! Y saluda a Alex por mí.
—De acuerdo, adiós.
Me dirigí a mi salón y parecía que la suerte no estaba de mi lado. En la puerta me encontré con el chico misterioso, cuando me vió me sonrió. Yo no le devolví el gesto, estaba demasiado shokeada. Primero me mira con todo el descaro del mundo. Después me sonrié y me trata como un caballero. ¡Por dios en Chicago están todos locos! 

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